Aquí os dejo otra divertida historia de mi tío Ángel:

Estaba echado en la cama, leyendo un libro muy entretenido «El traje del muerto», no recuerdo el nombre del autor, pero sí que era hijo de Sthephen King, un libro muy apropiado para las noches de insomnio veraniego. Era noche cerrada, el calor derretía la lámpara y el ventilador no daba abasto lanzando el aire, en eso, que oí un sonido que empecé a identificar con el de una pequeña Harley Davidson, pero prestando más atención pude distinguir ese zumbido característico, ese sonido tan peculiar de un entrañable mosquito, se pavoneaba descaradamente como si fuera el dueño y señor de la habitación, pululaba a sus anchas por esa atmósfera cargada de sopor y humedad. Después de los primeros escarceos mutuos, decidió atacar y yo presto, me defendí, con el spray en una mano y el matamoscas en la otra, corrí detrás de él como cabra montés, saltando de silla a mesa de mesa a colchón de colchón a silla y … vuelta a empezar, en esto que en una de las refriegas y cuando ya casi lo tenía acorralado entre la almohada y la estantería, salió el ventilador en su ayuda; alzó el cable de corriente para que yo tropezara y una vez en el suelo se abalanzó sobre mí, empezó por las piernas, me tenía atado por el tobillo y mientras, las aspas giraban y giraban acercándose cada vez más a mi rostro, intenté defenderme como pude, puse el matamoscas entre ellas pero se desintegró en mil pedazos, medio desarmado y cubriéndome la cara, veía que cada vez se acercaba más y más y mientras, el mosquito se reía como un vil insecto de lo que me estaba aconteciendo; en un acto heroico y cuando ya daba por perdida parte de mi anatomía, conseguí separar las aspas e introducir el bote de spray entre ellas pero sólo conseguí mellar una y el bote salió rechazado hacía el otro extremo de la habitación, me encontraba totalmente desarmado y el ventilador seguía encima de mí, cada vez más cerca, más amenazador, más … tétrico, cuando ya estaba alcanzando mi nariz, por ser la parte mas prominente, en un acto a la desesperada y de incontable valor sacudí vigorosamente las piernas consiguiendo sacar la clavija del enchufe, el ventilador fue languideciendo poco a poco pero, todavía, en sus últimos estertores quiso cobrarse su víctima y enganchome un dedo que por muy poco no se queda con él, ante esta prueba de inhumanidad, lo agarré, ya moribundo y lo lancé contra la pared con tan buena fortuna que alcancé al mosquito de pleno.

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