En verano la gente se iba a la costa y la ciudad se quedaba más vacía que de costumbre, lo que hacía que fuese casi extraño encontrarse esas calles de Barcelona tan vacías de tráfico.
Yo como cada mañana recorría la ciudad llevando a gente de aquí para allá. Todo hacía indicar que esa mañana iba a pasar sin sobresaltos, sin embargo estaba muy equivocado. Al doblar la esquina, junto a la parada de autobús, encontré a una clienta que me hizo el alto.
Ella era joven, rondando los 25 años, y bastante bonita. Lo primero que me sobresaltó fue su manera de entrar al taxi, parecía nerviosa. Sin siquiera saludar me dijo que la llevara al aeropuerto, eso sí, de manera cortés. Ya que el trayecto era algo largo, traté de entablar conversación, rompiendo así el ambiente incómodo que tanto se forma en mi profesión.
– ¿A dónde va señorita?, le pregunté.
– No lo sé, tomaré el primer vuelo que salga en el aeropuerto.
Todo parecía muy extraño, su aspecto de jovencita desenfadada parecía esconder algún secreto turbio.
De repente en la emisora del taxi la policía avisó de que una chica joven había robado una valiosa joya en la zona dónde me encontraba. Automáticamente cerré los pestillos del taxi para no dejarla escapar. Ella se puso muy nerviosa y me dijo que parara el coche. Yo traté de contactar con la policía, pero ella se abalanzó sobre mí cogiéndome del cuello. Intenté quitármela de encima, pero no tenía fuerzas, me estaba ahogando. De repente noté que el coche perdía el control, nos metimos al carril contrario. Escuchaba a la chica gritando, los claxon de los coches, y sólo atinaba a ver, una farola a la que íbamos de frente, cada vez más cerca.
Debido al sobresalto me incorporé en mi cama muy agitado, eran las 4 de la mañana, todo había resultado ser un mal sueño. Nota mental: No ver películas policiacas antes de dormir.